Hablar sobre el ámbito docente, la enseñanza y el aprendizaje en las aulas se ha convertido en una tarea común, pero reflexionar de manera profunda sobre realidades transformadoras para las comunidades educativas es más complejo. Aunque las innovaciones metodológicas son valiosas, a menudo nos olvidamos de lo fundamental: satisfacer las necesidades emocionales y psicológicas de los alumnos para su desarrollo integral. Hoy vamos a explorar cómo la disciplina positiva en el aula puede ser una herramienta clave en esta transformación.
Disciplina positiva en el aula: Asumir el rol para el que nos hemos comprometido
En los últimos treinta años está aconteciendo una revolución en nuestra comprensión científica del cerebro infantil. La Neurociencia es hoy un aporte insoslayable. Niños y niñas son criaturas radicalmente diferentes a los adultos, con mentes diferentes, con recursos distintos ¿Esta información ha llegado al pensar, sentir y hacer del profesional docente? ¿Quién es nuestro alumno? Parece obvio que conocer su naturaleza allanaría el camino al docente.
¿Cómo creen que se sienten sus alumnos? ¿Pueden interpretar por el trato recibido que nos importan, se consideran comprendidos o quizás muchos de ellos han llegado a la conclusión de que la jornada escolar es algo que les sucede?
Una sociedad que hace alarde, que presume de estado del bienestar debe cuidar sus cimientos. El docente es parte casi determinante de la construcción de esos pilares.
Esta misión de notoria magnitud en responsabilidad conlleva exigencias acordes. La profesionalidad del maestro obliga a una formación extraordinaria, exquisita. La mejora de las relaciones interpersonales en los colegios comienza en el trabajo personal que el adulto hace en sí mismo.
La mejora de la escuela no deviene de empezar la casa por el tejado sino de invertir en los que cada día, todos los días somos entrenadores de vida para el alumnado.
Durante décadas los profesionales hemos sido formados casi de la misma manera… y cuando nos hemos puesto delante del alumnado nos ha invadido la desesperación de la profunda soledad de una “caja de herramientas vacía en habilidades de comunicación y de autorregulación emocional”.
Profesores y maestros, a diferencia de otros profesionales, en otros gremios, nos estamos conformando con formaciones desactualizadas, con escasas competencias para ejercer la misión con dignidad y ética.
Lo más importante no está agendado en el curriculum docente porque la sociedad en general y las instituciones implicadas en concreto siguen sin hacerse eco de carencias que los profesores vivimos en las aulas cada día en formato de motivación bloqueada en nosotros mismos y en el alumnado.
La arquitectura humana hoy está maltrecha. El estilo de vida en hogares y escuelas denota estrés y ajetreo. Se nos ha colado en los colegios el antagonista de la infancia, el apremio de las propuestas y la urgencia de sus profesionales. Las formas de hacer tradicionales ya no son la respuesta.
Nosotros, los maestros, trabajamos todos los días, mucho, en las aulas, sin hacernos conscientes de la trascendencia que tenemos en la formación de creencias que los alumnos hacen sobre sí mismos, sobre el entorno y en definitiva sobre el mundo.
Los principios, los valores para un mundo compasivo y ético tampoco están en las praxis
Parece que no caben en el clima atosigante de contenidos cognitivos a granel. Se pretenden alumnos consumistas de resultados “diez” y se nos escapa el hermoso proceso que podría suponer el acompañamiento de habilidades y talentos de todo orden, aquellos que nos permiten sentirnos humanizados.
Nos encontramos abrumados. Es como cuando una madeja de lana se ha revuelto, no sabemos por dónde tirar del hilo mientras va en escalada el nerviosismo que se respira en las aulas.
En un mundo que podría ser apasionante, el de la docencia, hemos permitido que el punto de partida no sea la evaluación de la actitud hacia el ser humano y las estrategias que usamos para la convivencia exitosa, respetuosa y responsable. Algo muy importante se ha quedado fuera de los muros de los centros escolares, incluso me atrevo a decir que lo decisivo “el ser”, insisto, no está en las agendas.
Tanta presión social competitiva, tanta burocracia, tanta creencia limitante han ido minando la praxis del docente; se fomenta el aprendizaje académico como si se pudiera dar de manera estanca, aislada de cómo se sienten las personas que están interaccionando. Optimizar lo cognitivo se convirtió en la única prioridad y la manera en la que acompañamos al alumnado ha trocado en un conflicto en el que, al final, nadie sale bien parado.
Paremos la sinrazón que impera en muchos centros cuando no nos damos el tiempo para pensar que el escenario que precisan los niños es un estado de calma, de serenidad para reeditar el vínculo de apego sumando a su maestro como figura cargada de afectividad.
Entender al alumnado no es un acto opcional, el profesional es el docente, el que cuenta con la información, el que sabe cómo hacer. Cuando los profesionales no pueden involucrarse para afrontar el desafío de la interacción humana cuidada es muy, muy difícil que se aprenda bien y que el comportamiento disruptivo disminuya.
Con la Disciplina Positiva en el aula comienza la transformación del clima en los colegios enriqueciendo los tiempos de reflexión sobre la huella humana que somos en cada niño, cada niña.
Marisa Moya. Maestra especializada en Ciencias Humanas y Educación Infantil. Licenciada en Psicología por la Universidad de Madrid. Certificada como entrenadora de Disciplina Positiva por la Positive Discipline Association y certificada como Neuropsicoeducadora.
Dirige la Escuela Infantil Gran Vía, en Madrid. Escuela que fue la anfitriona de la Disciplina Positiva en España.
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